viernes, 30 de septiembre de 2016

Ya no caigo tan bien

Ya son muchos años los que llevo en Madrid y por suerte puedo decir que mi vida social es bastante abundante. Amigos de la universidad, "expatriados" de mi ciudad natal y compañeros de la casi media docena de empresas en las que he trabajado. No se si es que se me da bien la gente o simplemente que tengo buen carácter. Muchas veces pienso que tener relaciones sociales es como cocinar, todo es quererlo. Es la actitud y muchas veces la molestia o la fuerza de voluntad de querer simplemente estar. Dicho así suena como si pidieras lentejas un sábado por la noche en un restaurante, pero seguro que os ha pasado. Esa visita inesperada de un amigo del pueblo justo ese fin de semana que querías descansar, desconectar, tumbarte a ver la segunda temporada de Narcos y gruñirle a cualquiera que se atreviera a tocar tu puerta. Pero no, te levantas, vas a buscar a tu colega a la estación, eliges un restaurante, le presentas a esa chica que una vez mencionaste como un posible "match" y le ofreces un lugar donde caer muerto por el alcohol y por la fiesta que nunca tiene en su ciudad y que aquí es tan abundante. Te lo mereces. Vas por ahí fardando de capital, de su vida nocturna, su caña bien echada y sus Domingos de cielo azul. Te jodes ahora, levantas tu culo de la cama y te vas a buscar a tu amigo de la infancia.

Bueno, pues eso, actitud, disposición, ganas de agradar. Cuando defines tus prioridades es más o menos normal que las que van primero, tarde o temprano te acaben correspondiendo. Pero no es mi intención (lo siento, me enrollo sin querer) hablar sobre esto. Más bien sobre todo lo contrario. Hoy me he dado cuenta que no le caigo bien a una compañera del trabajo. Y pensareis: "Jode chico, no es pa tanto. Una entrada para esto?". La verdad es que ya lo llevo mejor, sabéis? No es la primera persona a la que caigo mal xD. Pero me pregunto, ¿cuándo empezó todo esto? Esta espiral de caer mal a la gente. Yo antes molaba.

¿Cuál es el motivo? La edad. Simple y llanamente. La que tengo yo y la que tiene ella. La madurez mental, el vigor físico y sexual o el desarrollo intelectual. Todas estas características tienen su punto álgido en la vida, cada cual el suyo en su edad correspondiente, y por tanto su posterior declive inevitable, seco y contundente. Lo mismo pasa con tus manías, tu paciencia y tu cinismo. Tu sentido del humor y tu intransigencia. Sobre todo tu intransigencia. Tu orgullo, tu condescendencia. Todo va a la mochila. Lo llaman bagaje. Tus experiencias van al saco y te ayudan a sobrevivir en el mundo real, pero también va para dentro todo el dolor, toda la resignación y todas las batallas perdidas convertidas en complejos.

Se ríe conmigo, yo la veo reír, pero no creo que sea sincera. Creo que cree que soy algo chulo y quizá más políticamente incorrecto de lo que está acostumbrada. A veces me extralimito con ciertas bromas. Y no tengo paciencia para darle la vuelta, ni mi orgullo me ayuda a buscar una razón para hacerlo. Es así, cada vez nos cuesta más caer bien. Por supuesto que luego llega el fin de semana y te presentan a alguien, congenias, te diviertes e incluso te das el número de teléfono. Pero es que nos volvemos corredores de 100 metros. Y en esta metáfora, la compañera de trabajo es una carrera de fondo. Vaya que sí lo es, todos los días tienes que lidiar con ella.

A ver, no dramaticemos, es normal, es el mundo adulto, es la rutina. No siempre vas a estar en la cresta de la hola. Pero lo otro también es cierto, es la edad, es el agotamiento... Nuestro carácter empeora y nuestro círculo se reduce. El bueno, el de verdad, el de calidad. Las exigencias de la senectud también juegan en nuestra contra pero acaso la amistad no debería ser de las primeras atenciones de nuestra lista? A la gente con la edad también se le olvida esto.

Pero no pasa nada, hoy es viernes! Voy a salir a ver si hago un amigo nuevo :).


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