lunes, 16 de mayo de 2016

Manipulación o porqué la democracia directa es un fraude

Se dice que las mujeres son más manipuladoras que los hombres. No se si esto significa que lo practican más o que se les da mejor. Digamos que las dos cosas ya que la segunda lleva a la primera. Si algo nos funciona, lo utilizamos más a menudo, sentido común básico. Voy a romper una lanza a favor de la mujer y responderé a la siguiente pregunta. ¿Por qué ellas lo hacen más y mejor? Porque son más valientes y toman más decisiones. Liderar tiene que ver con ambas cosas. Cuando organizas, cuando te implicas, cuando pones a rodar cualquier iniciativa te encuentras con respuestas humanas. Algunas a favor, otras en contra y de todas se aprende. La vida es un continuo ensayo/error y al final uno se va dando cuenta cuales son las pautas que rige el comportamiento humano. Y ante una acción, el que conoce la posible reacción se acaba erigiendo maestro de la manipulación.

Lo mejor y peor de esto es que solo el que es buen manipulador se da cuenta cuando le están intentando manipular. Y esto es así con todo en la vida. Está claro que al tonto no le puede resultar fácil reconocer la inteligencia cuando ésta le rodea. Y este principio es poderoso por su escasez, ya que seamos sinceros, ¿quién participa hoy en día en nada? ¿quién se moja? ¿quién se implica? ¿Estamos ante una crisis de potenciales manipuladores? Puede que sí, y eso hace aún más poderoso al que lo es.

No quiero nombrar a nadie pero digamos que entre los que pretenden alcanzar La Moncloa hay alguno más listo que otro y consciente de la importancia de la manipulación y lo estrechamente relacionada que está con uno de sus conceptos estrella: la democracia directa. Me refiero a las consultas populares, al rollo asambleario, al referéndum por cualquier motivo. Esa falsa sensación de participación es un bálsamo ideal para aquellos que aunque en realidad no quieren tomar decisiones, sienten que nuestros políticos no les tienen en cuenta. ¿Cómo podemos solucionar esto? Haciendo pensar a la gente que su opinión sí que importa. ¿De qué manera? Mediante consultas populares.

Os cuento una situación. El año pasado tuve una despedida de soltero. Una gorda además, de unas 20 personas. Para ello alguien propuso que unos pocos tomáramos las riendas del asunto, ya que a veces resulta muy complejo poner a mucha gente de acuerdo en ciertos detalles. ¿Os suena de algo? En política esto se llama gobierno representativo. Y que queréis que os diga, la experiencia me dice que suele funcionar bastante bien. Tan bien como buenos sean sus representantes. Desgraciadamente los que ocupan nuestras cámaras no son tan buenos. ¿Es perfecto este sistema? No, no hay nada perfecto, pero la experiencia también nos dice que el gallinero que se forma cuando todo el mundo quiere coger la batuta es mucho peor.
Volviendo a la despedida y por evitar posibles acusaciones oligárquicas, decidimos abrir nuestro pequeño congreso a todo el que quisiera. El resultado os lo podéis imaginar. Todo el mundo dice querer participar pero a la hora de la verdad muy poca gente se toma la molestia. Pero resulta que el ser humano es incongruente por naturaleza, y una vez tomadas las decisiones y puestas en práctica, hubo algunas quejas puesto que la gente se sentía demasiado dirigida y espectadora de su propio destino.

Esto pasa en la realidad en escenarios más grandes como pueden ser nuestra sociedad y nuestros gobiernos. ¿Cómo podemos llenar ese vacío que sienten determinados ciudadanos? Hagamos consultas periódicas sobre temas que parecen importantes. Algunas que tengan que ver con nuestro programa o nuestras ideas que ya hemos comprobado que tienen cierto respaldo. Así luego no podrán decirnos que no les tuvimos en cuenta. Además, es una buena manera de eludir responsabilidades. Si la cagamos, será culpa del pueblo que fue el que decidió. Pero espera un momento, ¿no nos pagan precisamente por tomar decisiones? Si, pero qué más da! La falsa sensación de participación les hará olvidar esos pequeños detalles. ¿Y si en algún momento nos equivocamos con nuestras predicciones y sale un resultado desfavorable o comprometido para nuestros intereses? Para eso están los grupos de presión y las minorías organizadas que ya hemos manipulado previamente para que empujen las iniciativas que más nos interesan. Además, en última instancia, si el resultado no nos gusta ni siquiera tenemos obligación legal de cumplir el deseo popular, vease Tsipras y su referéndum sobre Europa y la Troika.

A todo esto, además, le podemos añadir otro comportamiento humano que juega en contra de esta forma de tomar decisiones. Siempre tendemos a penalizar las iniciativas propuestas por aquellos cuyas ideas históricamente no han encajado con las nuestras. Toda propuesta tiene un rostro que la acompaña y el hecho de que nos parezca más o menos amable condiciona nuestra decisión. Qué le vamos a hacer, tenemos sentimientos que confunden nuestro juicio. ¿Cuántas veces habremos tumbado una iniciativa simplemente porque el primero-firmante no nos caía bien? Igual era una idea cojonuda... Pero da igual, ayer a este hombre le escuché contrariar mis ideas, en cambio este otro las reafirma constantemente. ¿No es esto lo que queremos todo el tiempo? Que otro cualquiera refrende nuestras decisiones es algo que nos pone cachondos, da igual la raza, el sexo o la inclinación política.

En último lugar, la bomba de relojería, la explicación universal sobre el fraude asambleario. Es la siguiente: la gente no tiene ni puta idea de casi nada. Hace no mucho hubo un referéndum en Italia sobre algo de levantar una prohibición en lo referente a prospecciones petrolíferas en la costa. No me sé los detalles, y el problema es que seguramente la mayoría de los italianos tampoco. Pero allí fueron convocados ellos para tomar la decisión, que enfocada de esta forma bien podía haberse resuelto echando una moneda al aire. Y es que la opinión de un experto vale más que la de un millón de ignorantes. Pero nuevamente qué más da, es como darle a un mono una pistola de fogueo. Falso poder que es devuelto con intereses hacia el que de verdad manda. Soberanía popular lo llaman. Ingenuidad popular sería un nombre más acertado.

La política mucho tiene que ver con la manipulación, y ofrecer falso protagonismo es una forma de llevarla a cabo. Siéntate y piensa: ¿quieres ser protagonista? Muy bien, entonces levántate y participa. Si no quieres serlo, no te culpes, no eres diferente al 99%. Eso sí, céntrate por favor en una única tarea: vota un buen representante! Y si no lo encuentras, lleva la contraria a todo el mundo todo lo que puedas :).

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